Ambientación de las bandas de Ignatius 2

Autor: Ignatius.

Los Orientales de Takahiro

La puerta de la pequeña taberna se abrió con un quejido mientras una figura encapuchada atravesaba el umbral con paso firme. Los ojos de los dos únicos ocupantes de la estancia se volvieron perezosamente hacia el recién llegado, mientras este se despojaba del sombrero, la máscara anti-contaminación y la capa y los colgaba en uno de los clavos que sobresalían de las podridas paredes del tugurio. A medida que se iba quitando prendas y las sacudía, dejaba una estela de polvo anaranjado que delataba al hombre como un nómada proveniente del desierto.

  • ¡Aparta de ahí, viejo y deja sitio a un viajero sediento!

El hombretón se dejó caer en uno de los taburetes, mientras el hasta entonces único ocupante de la barra movía su silla a un lado, mientras apuraba su bebida. Sin apartar la mirada, el viejo, visiblemente ebrio, le dijo con voz pastosa:

  • Si estás dispuesto a invitarme a otra jarra de chapapotekila, forastero, te garantizo que te contaré una de las historias más extrañas que puedas imaginar.

Arrojando una bala sobre la barra, el nómada hizo un gesto al tabernero, que sirvió con desgana dos jarras rebosantes de un brebaje espeso y negruzco antes de volver a ocupar su sitio tras la barra y volver a encender su pipa de hongos-mongos.
El viejo cogió la jarra que tenía más cerca y echó un largo trago, limpiándose con la manga los restos que asomaban por las comisuras de sus labios. Miró fijamente al forastero con ojos vidriosos y comenzó su relato:

  • Poco se sabe de la banda conocida como Los Orientales de Takahiro, aparte de su reputación de temibles asesinos y que son un grupo muy reservado, que apenas se relaciona con otras bandas salvo para comerciar. Como seguramente sabrás, extranjero, se les puede reconocer porque van cubiertos de tatuajes, usan una lengua extraña y tienen unas costumbres y tradiciones propias, que se rumorea que se remontan a tiempos inmemoriales. Y por alguna razón incomprensible, valoran el honor por encima de todo. Pero lo que muy poca gente sabe es por qué un día aparecieron de la nada en los alrededores de Puentechatarra.

El camarero, también interesado en el relato del viejo, expulsó una espesa bocanada de humo que envolvió a este y le hizo toser sonoramente, interrumpiendo su narración. El anciano escupió en el suelo, tomó otro sorbo de su jarra y continuó con su historia:

  • Hace muchas lunas, cuando todavía era joven y salía a recorrer el Páramo buscándome la vida, acudí, como tantas otras veces, a los destiladores de musgo de Colina Oscura. Por aquel entonces el Gremio de Cebadores me pagaba por ir a cosechar regularmente la sabia de musgo, así que aquel no era un camino precisamente desconocido para mí.

Se acomodó en el taburete y tras un largo suspiro y otro trago retomó el discurso.

  • Pero un día en que el cielo estaba especialmente gris sucedió algo distinto. Mientras subía por el sendero que llevaba a la Colina, comencé a escuchar aullidos. Pensando en que tal vez un Mordedor se había alejado demasiado de su territorio de caza, decidí sacar el rifle y cargarlo, no me lo fuera a encontrar al doblar algún recodo…
    Pero al recorrer unos cuantos cientos de metros los ruidos se hicieron más fuertes y, a juzgar por la cantidad de gruñidos, imaginé que habría más de una criatura. Fue entonces cuando escuché los disparos.

El forastero, inmerso en la historia, aprovechó para echar un trago de su propia jarra mientras jugueteaba con otra bala entre los dedos de su mano.

  • Pensé que tal vez Jerry o Moe, los otros recolectores, se encontraban en problemas, así que traté de dejar el miedo a un lado y eché a correr colina arriba hasta donde estaban los destiladores. Al llegar a lo alto de la loma puede ver de dónde venían los ruidos. Y desde luego nada tenían que ver con mis amigos.
    En el espacio vacío que quedaba entre los cinco destiladores que formaban la plantación había una chica, que se defendía frente a varias criaturas que parecían todo dientes, pelo y garras afiladas. A juzgar por el agujero que había en la cerca, supongo que había tratado de refugiarse en el recinto al verse perseguida por las criaturas, sin éxito.
    Y a juzgar por la montonera de cadáveres de esos seres que se arracimaban a su alrededor, estaba claro que no se lo estaba poniendo fácil a los bichos. La joven repartía firmes tajos con un filo medio, mientras disparaba sin descanso con la pistola que llevaba en la otra mano.
    Aunque, llegados a este punto, era obvio que no era una pelea justa. Mientras la chica mantenía a raya a los monstruos más cercanos, pude ver como al menos dos estaban trepando por el destilador que tenía a su espalda, con intención de saltar sobre ella por sorpresa. Y fue entonces cuando me di cuenta que se había quedado sin balas.
    No me preguntes por qué, en lugar de marcharme por donde había venido, decidí amartillar el rifle y disparar a aquellos bichos. Ella me devolvió una mirada y en un instante destrozó a dos más de esos seres con su filo.
    El caso es que, cuando yo había abatido a tres más, y vi que el resto huía aullando colina abajo, otra de las criaturas, que había permanecido agazapada detrás de una tubería, saltó sobre la chica con tal fuerza que la estampó contra el destilador con un sonoro crujido. La chica cayó desplomada al suelo, con los ojos en blanco. El golpe fue tal que, atendiendo al ruido, estaba convencido de que se habría roto el cráneo. Escarbando en el polvoriento suelo con sus pezuñas la criatura se dispuso a darle el golpe de gracia. Todavía no me explico cómo fui capaz de acertarle, en medio de su carrera, a esa distancia…
    Cuando llegué donde estaba la chica, pude verla con más detenimiento. Aunque a primera vista no me lo pareció, estaba casi desnuda: llevaba la mayor parte del cuerpo tatuado. La letal espada con la que había luchado llamaba la atención por lo estilizado y brillante de su hoja. Y contra todo pronóstico todavía respiraba…

Llegados a este punto, el viejo mantuvo un incómodo silencio mientras miraba fijamente al forastero. Este arrojó otra bala sobre la barra y poco después el camarero volvió, cargado con otras dos jarras.

  • Conseguí arrastrarla hasta la cabaña del solitario Pol, que no quedaba lejos de allí, ya que pensé que estaríamos más protegidos en caso de que las criaturas restantes decidiesen regresar. La chica pasó la noche inconsciente, mientras yo hacía guardia apostado en la ventana, aunque apenas podía verse nada debido a la tormenta de arena que se desató.
    Cuando se hizo de día ella despertó, así que me acerqué para ver cómo estaba. En cuanto di dos pasos hacia ella, rodó por el suelo hasta donde yo había dejado su espada y en una fracción de segundo la desenvainó y lanzó un tajo que se detuvo a escasos centímetros de mi cuello. Me miró fijamente y parpadeó con sus ojos oscuros y rasgados, como si tratase de recordar lo ocurrido algunas horas antes. Bajó la espada, la sostuvo con ambas manos e inclinó la cabeza en un ceremonioso gesto que entonces no supe interpretar. Llevando su mano al pecho se señaló y dijo lo que supuse que era su nombre: Michiko.
    En los dos días que pasamos allí encerrados, esperando a que amainase la tormenta, traté de preguntarle quién era o cómo diablos había llegado a encontrarse sola en aquella desagradable situación. No hablaba muy bien nuestra lengua, por lo que nos comunicábamos con signos, palabras sueltas y los dibujos que hacíamos en el polvoriento suelo de la cabaña.
    Dijo que venía de una tierra lejana, totalmente rodeada de agua. Pertenecía a un clan de guerreros que vivía en una cueva bajo tierra, los Norronín- o algo así los llamó- y que sólo salían a la superficie para cazar unas enormes monstruosidades mutardas.
    Al parecer, en una de sus cacerías, ella y su grupo persiguieron a una de esas criaturas hasta una especie de barcaza y en medio de la lucha esta se separó de tierra, por lo que se vieron vagando a la deriva durante muchas lunas. Cuando por fin llegaron a tierra se dieron cuenta que no lo habían hecho de vuelta su hogar, sino que se encontraban en una tierra lejana y desconocida. Vagaron durante otra estación tierra adentro, hasta llegar hasta aquí.
    – ¿Te imaginas? Cualquiera se cree esa historia, pensé…
    – Y al amanecer el tercer día, la puerta de la cabaña estalló entre un montón de pedazos de astilla cuando un gigantón tatuado la travesó sin inmutarse. Poco después, varias figuras, ataviadas con pesadas armaduras y máscaras, entraron rápidamente tras él y por segunda vez en menos de tres días me vi con una brillante espada bajo el gaznate.
    Michiko, interponiéndose entre el que sostenía la espada y yo, cruzó con él varias frases en una legua extraña. Acto seguido, los recién llegados bajaron sus armas y se retiraron hacia la puerta de la cabaña, mientras la chica recogía sus escasas posesiones y se aprestaba a seguirlos. Salió por la puerta tras dirigirme una furtiva mirada y de inmediato el resto le fueron siguiendo al exterior.
    Sólo uno de esos guerreros se quedó en la estancia: era el que tenía aspecto de estar al mando de todo el grupo. Se acercó a mí con paso firme, hasta detenerse a escasos tres pasos. ¡Creí que había llegado mi hora! Aquel hombre, que lucía una horrenda máscara con una sonrisa burlona, buscó algo en su cinto y sin mediar palabra me lo entregó, inclinando la cabeza como hubiera hecho su compañera días atrás. Tras esto se dio la vuelta y se marchó. Mientras se reunía con el resto del grupo le vi alejarse colina abajo hasta perderse en la distancia. Tiempo después entendí que aquel fue un gesto de respeto y agradecimiento y ese hombre era el mismísimo Takahiro.

El forastero profirió unas sonoras carcajadas mientras propinaba sonoros manotazos en la espalda del viejo.

  • ¡Buena historia, viejo! Todo un cuento para entretener a los niños… ¡Seguro que te has sacado tus buenas jarras contando este rollo a cualquiera que entrase por esa puerta!
    Pero yo no me creo ni media palabra ¿sabes? Yo soy un nómada del Páramo, que ha visto mil criaturas y horrores y viajado a lo largo de los confines de las Tierras Baldías. Y nunca he visto ni oído nada como lo que dices. ¡No eres más que un viejo mentiroso!

Con un rápido gesto, el viejo sacó de la manga de su capa el puñal más pulido y estilizado que el forastero hubiera visto y trazó con él un arco que terminó justo enfrente de su ojo, de forma que pudo ver que el filo estaba grabado con unos estilizados símbolos extraños.

  • ¿Ah sí? ¿Y de dónde te crees que he sacado esto?

 

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2 comentarios

  1. muy chulo el relato y la banda tio! me encanta el gordaco y michiko

  2. Muchas gracias, Krieg!
    Me alegro de que te guste. La idea era hacer una banda de pandilleros con un trasfondo diferente. Un saludo!

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