Relato: La vida sigue

– ¡Para, para, lo vas a escojonciar todo!

No había terminado de decirlo cuando el hidráulico hizo un siseo extraño, se atascó totalmente extendido y de sus juntas empezó a manar todo el líquido que impulsaba el sistema. El charco se extendió por el suelo, el generador se ahogó con un quejido y el ascensor se detuvo con un parón brusco entre el primer y el segundo nivel.

– ¡Maldición, maldición y mil veces maldición! – maldijo René arrojando su gorra al suelo y pisándola, con gran alarde de aspavientos innecesarios. – Te dije que no hacía falta recalibrar el condensador de fluzo, que hicieses la prueba otra vez con los parámetros anteriores.

– ¡Entonces el ascensor no hubiese llegado ni al primer piso, hombre!

Quien le dio la réplica era Elías, un fornido operario de amplios mostachos, espaldas más amplias y pantalón de peto manchado de todo tipo de lubricantes, aceite, grasa y otros elementos menos reconocibles.  Se limpió las manos en un trapo mugriento que llevaba colgado del bolsillo trasero y se levantó, expulsando aire por la nariz con gesto serio mientras le daba golpecitos con la puntera de la bota al sistema hidráulico.

– ¿A golpes se arreglan ahora las cosas, lerdo simiesco? – lo increpó René, recogiendo la gorra del suelo y dándole con ella en la nuca al hombretón.

La gente de Puentechatarra que pasaba por la zona se detuvo un rato, asombrada por la cómica escena en la que aquel hombrecillo chillón, delgaducho y desde luego poco imponente le estaba echando una barrila del quince a todo un operario fornido que le sacaba, literalmente, cuatro cuerpos. Codazos y risillas se multiplicaron entre los curiosos, antes de seguir con sus quehaceres diarios en la plaza del Pacto o dondequiera que fuesen. René y Elías eran viejos conocidos de los habitantes de la ciudad, dos Chatarreros que habían dado por terminadas sus correrías en el Páramo hacía algún tiempo para asentarse en el barrio de la Viga y vivir tranquilamente. Así pues la riña de la pareja, por seria que pudiese parecer, no asombró a nadie ya que formaba parte de su particular forma de llevar la relación.

– Sólo estaba probando la… ya sabes, eso… Comprobaba la solidez del tubo, y tal. Si está bien anclado.

– ¡Patán! ¡Garrulo! ¡Cómo me extraña que alguna vez te hayas podido ganar la vida como mecánico de mantenimiento! ¡Pistón y de los normalitos!

PistónEfectivamente, en sus días de andanzas por el Páramo Elías había sido Pistón en la banda de René, músculo de alquiler contratado como guardaespaldas y protección para el resto de los integrantes del grupo, no muy duchos en el arte del combate. René era un simple Engranaje, nervioso, asustadizo y un poco paranoico, aunque con muy buen instinto para encontrar los mejores botines y una cabeza bastante dotada para el cálculo. Elías le había salvado el pellejo más de una vez, y a cambio él le había enseñado un montón de cosas interesantes que le permitieron ascender en su trabajo de simple peón no cualificado a jefe de cuadrilla de mantenimiento. La amistad que se forjó entre ambos terminó por desembocar en algo más serio, así que cuando las cosas se empezaron a poner chungas ahí fuera optaron por retirarse juntos mientras aún estaban a tiempo.

– ¡Vacía el circuito por completo! Drénalo todo y empieza otra vez, Elías – le dijo René con un gesto seco, señalando los hidráulicos del ascensor.

– ¿Estás seguro de que este sistema podrá elevar el ascensor hasta la Vía Tocha? No sé si tendrá capacidad suficiente para tanto esfuerzo, hay mucha altura…

– Seguro que sí, confía en mí. Los cálculos son sólidos. La hidráulica es exacta y fiable, sólo hay que saber aplicarla a la escala correcta. Y los ciudadanos de Puentechatarra nos agradecerán enormemente la mejora en su sistema de ascensores, que ya no tendrán que estar impulsados por poleas, cuerdas o tensores poco fiables, por no hablar del esfuerzo que se ahorrarán animales, vecinos y otras bestias… ¿No te gustaría ser recordado como uno de los reconstructores… no, no, de los “mejoradores” de este asentamiento?

René sonrió por primera vez, absorto en sus cálculos mentales, ensoñaciones y proyectos. Ayudar en la reconstrucción de Puentechatarra se había convertido en su trabajo 24 horas al día, como parte de las cuadrillas de voluntarios que se afanaban por limpiar escombros, reconstruir niveles, apuntalar zonas y volver a poner en funcionamiento las infraestructuras básicas tras la explosión de hacía un mes. Elías ni siquiera sabía pronunciar “hidráulica” sin que se le trabase la lengua al primer intento, pero confiaba en la cabeza de su pareja y en su amplia experiencia.

– Vale, pero si no conseguimos hacer funcionar este ascensor con tu sistema hidrámico, el Consejo no nos va a dejar ponerlo también en los demás y tendremos que volver a arreglar poleas y contrapesos. Así que déjate de palabros guays y ayúdame a vaciar el trasto este, ¿eh?

Elías dio un golpe con el guante en el hombro de su compañero, sacándolo de su ensoñación momentánea. Se miraron y sonrieron, recordando ambos por su cuenta lo mal que lo habían pasado el día del ataque, cuando los había pillado trabajando, separados, y durante varias horas no supieron nada del otro, si estaba bien, herido o… peor. Desde aquel día las puyas y piques entre ambos habían ido a más, quizá como forma inconsciente de liberar toda la tensión que habían acumulado, de mostrarse cariño a base de incordiarse continuamente y dar rienda suelta al alivio enorme que habían sentido… para gran regocijo de sus vecinos más cotillas, que con sus discusiones tenían material para extender rumores durante meses. Que les diesen bien por el culo.

– ¡Coño, claro! – exclamó por fin René con media sonrisa en sus labios. – Si te dejo a ti solo, vuelves a mandar a cagar lo que queda de Puentechatarra en un plís.

– Cómo me gusta cuando hablas así de mal, cabrón. – respondió Elías asintiendo con la cabeza y sonriendo a su vez.

– ¿Y quién me lo habrá pegado, digo yo? Maldito barriobajero, en buena hora se me ocurrió intentar enseñarte nada en esa puta cabezota rapada tuya… ¡Me has corrompido!

Entre empujones y risas, ambos se subieron las mangas y se arrodillaron junto al sistema de fluido hidráulico que intentaban poner a funcionar. Vaciar y vuelta a empezar. Un día más en Puentechatarra, pero un día más… vivos.

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